El sol se filtraba a través de los árboles, acariciando la piel de Veronika con sus rayos cálidos. Su minifalda, corta y provocativa, se movía con cada paso, tentadora, como una invitación al deseo. El bosque resonaba con la vida, pero pronto, su melodía sería la sinfonía de sus gemidos.
Caminaba sola, pero la soledad era solo una ilusión. El bosque la abrazaba, cada hoja, cada rama parecía susurrar su nombre. Y entonces, el encuentro. Un hombre, de unos treinta años, con una presencia tan natural como el propio bosque, se materializó frente a ella. Sus ojos eran como cuchillas que cortaban directamente al deseo.
«¿Perdida?» preguntó, su voz era la brisa que jugaba con su falda.
«No,» respondió ella con una sonrisa que prometía mucho más, «solo explorando.»
Él le ofreció su mano, y Veronika la tomó, sintiendo una chispa de electricidad. «Te mostraré algo que vale la pena explorar,» dijo con una mirada que desnudaba su alma.
El claro secreto al que la llevó era como una habitación privada de la naturaleza. La hierba alta, como un lecho preparado para ellos. Veronika se sintió inmersa en un mundo donde solo existían ellos dos.
Sin más palabras, se acercó a ella, su aliento caliente en su cuello, su mano deslizándose bajo su falda. «Quiero sentirte,» murmuró, y sus dedos encontraron su coño, ya húmedo y palpitante.
Veronika se rindió al momento, sus labios se encontraron en un beso feroz. Sus manos bajaron hasta su culo, apretando, explorando, mientras sus lenguas danzaban en una lucha de pasión.
Entonces, sin preliminares, él la giró, empujando su torso hacia adelante, su minifalda revelando todo. Su polla, ya dura, encontró su entrada, y con un empuje decidido, penetró su coño desde atrás. Veronika gimió, un sonido primario, animal, que resonó en el bosque.
Cada embestida era más profunda que la anterior, su polla llenándola completamente, mientras sus manos jugaban con su clítoris, enviando olas de placer a través de su cuerpo. Veronika empujaba hacia atrás, encontrando su ritmo, deseando más.
«Quiero todo de ti,» gruñó él, y ella asintió, perdida en la lujuria. Con un movimiento hábil, su polla se deslizó hacia su culo, apretando, llenando, una sensación nueva y abrumadora que la hizo gritar, no de dolor, sino de un placer tan intenso que bordeaba lo divino.
El bosque se llenó de sus jadeos, de sus gemidos, de sus cuerpos colisionando en un ritmo frenético. El clímax fue inevitable, un tsunami de éxtasis que los arrastró a ambos. Veronika se estremeció, su orgasmo como una explosión de luz y calor, mientras él se vaciaba dentro de ella, su respiración entrecortada un eco del viento.
Cayeron juntos sobre la hierba, sus cuerpos aún unidos, el bosque guardando su secreto, un testigo silencioso de su pasión desenfrenada.
0 Comments