La noche había descendido, envolviendo la casa en una oscuridad que solo las velas en el dormitorio podían penetrar, creando un juego de luces y sombras sobre las paredes. Yo, Ana, estaba en el centro de esa penumbra, mi corazón latía con una mezcla de miedo y anticipación.
La puerta se abrió silenciosamente, y mi esposo, Juan, entró acompañado de su amigo, Pablo. Sus miradas eran intensas, llenas de deseo y promesa. Juan se acercó a mí con una sonrisa que prometía el cumplimiento de fantasías ocultas. «Esta noche es especial, amor,» susurró, mostrando las cuerdas de seda que había traído.
Me acostaron en la cama con cuidado, mis manos extendidas hacia arriba. Juan, con destreza, ató mis muñecas a los postes de la cama, asegurándome con nudos firmes pero suaves. «Te vamos a hacer sentir cosas que nunca imaginaste,» dijo, su voz cargada de expectación.
Pablo, con una mirada que ardía con el mismo fuego, se unió a Juan. Comenzaron a desvestirme lentamente, sus manos explorando mi cuerpo con una precisión que solo podía venir de una planificación meticulosa. Sus dedos se deslizaban sobre mi piel, despertando cada terminación nerviosa, especialmente alrededor de mi coño, que ya palpitaba de deseo.
Juan se dedicó a mis pechos, mientras Pablo se posicionaba entre mis piernas, su polla ya dura y expectante. «Tu coño es tan perfecto para esto,» murmuró Pablo, y sus dedos acariciaron mi coño, preparándome para lo que vendría.
Juan, observando con ojos brillantes, se arrodilló a mi lado, su polla cerca de mis labios. «Ábrete para mí,» ordenó suavemente, y yo obedecí, recibiendo su erección en mi boca, su sabor y su poder inundándome.
Pablo, sin perder tiempo, comenzó a penetrar mi coño con fuerza, cada empuje era una declaración de su deseo. El ritmo de sus movimientos se sincronizaba con los de Juan, creando una sinfonía de placer y abandono. «Siente cómo te llenamos,» dijo Juan, su voz un susurro de mando y pasión, mientras Pablo seguía embistiendo mi coño.
La habitación se llenó de los sonidos de nuestra maldito, mis gemidos sofocados por la presencia de Juan, y los gruñidos de ambos hombres mezclándose en una cacofonía de deseo. «Tu coño está tan apretado,» gruñó Pablo, acelerando el ritmo, llevándome al borde del éxtasis.
Con cada empuje de Pablo, sentía cómo mi culo se contraía, y la sensación de ser completamente poseída por ambos, en un tres ‘grup sex’, me llevó a un clímax que nunca antes había experimentado. Cuando finalmente Pablo y Juan se retiraron, me dejaron allí, atada y satisfecha, sumida en la euforia de haber explorado nuevos límites del placer en un tres ‘trío sexual’.
0 Comments