¡El interesante método de castigo de la profesora madura! ¡Hizo que se masturbara!


La clase de literatura había terminado, pero cuatro de nosotros quedamos en el aula: un chico, Juan, y tres chicas, incluyéndome a mí. Nuestra profesora, María, era una mujer de curvas pronunciadas y una presencia que llenaba el espacio con una energía casi palpable. Ese día, su blusa ajustada y su falda corta prometían más que una lección de poesía.

Juan, incapaz de resistir la tentación, comenzó a acariciar su miembro bajo el escritorio, creyendo que su acto pasaría desapercibido. Pero María, con sus sentidos agudizados por años de experiencia, lo notó. En lugar de abordarlo de manera convencional, decidió enseñar una lección que ninguno de nosotros olvidaría.

«Juan, ven aquí,» ordenó con una voz que prometía un tipo diferente de disciplina. Lo hizo sentarse sobre el escritorio, sus piernas colgando en frente de nosotros, las tres chicas. Con una mirada que nos retaba a desviar la vista, desabrochó sus pantalones y sacó su polla, ya dura y palpitante de deseo.

«Esto es para que aprendas,» dijo, y con un escupitajo sobre su mano, comenzó a masturbarlo. Sus movimientos eran expertos, cada caricia una promesa de placer que hizo que Juan cerrara los ojos, perdido en la sensación. Pero la lección de María no se detuvo allí.

«Chicas, miren y aprendan,» susurró, y nosotros, con nuestras respiraciones ya aceleradas, observamos cómo Juan, embriagado por el placer, comenzó a besar y luego succionar los pechos de María a través de su blusa. Sus manos, ahora libres, exploraban el cuerpo de ella con una avidez juvenil, sus dedos encontrando su coño bajo la tela de su falda.

María, disfrutando de la atención, permitió que la exploración continuara, pero pronto tomó el control de nuevo. Se inclinó sobre el escritorio, su trasero elevado, y le ordenó a Juan que la penetrara. «Enséñame cómo tomas el control,» dijo, y Juan, con una necesidad que no podía ocultarse, introdujo su polla en su coño húmedo, comenzando un ritmo que llenó el aire con los sonidos de su sexo.

Las chicas y yo, ya excitadas por el espectáculo, comenzamos a tocarnos, nuestros dedos moviéndose en sincronía con las embestidas de Juan, nuestras coños respondiendo a cada gemido de María y cada gruñido de placer de él.

María no solo estaba siendo follada; estaba orquestando una sinfonía de deseo, nuestras manos ahora en nuestros coños, nuestros gemidos uniéndose en una cacofonía de lujuria. Juan, sintiendo la cercanía de su propio clímax, aceleró sus movimientos, cada empuje llevando a María y a todas nosotras más cerca del éxtasis.

Cuando Juan finalmente se derramó dentro de María, ella se levantó, su figura aún temblando con el eco del placer. Mirándonos a cada uno de nosotros, con una sonrisa que prometía más lecciones, dijo, «Esto será nuestro pequeño secreto.»

Desde ese día, nuestras sesiones de estudio tomaron un giro más erótico, cada encuentro una oportunidad para explorar límites, para aprender y experimentar el placer en todas sus formas, sin reconocer ningún límite excepto el de nuestra propia imaginación y deseo.


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