El Secreto del Baño: Una Tarde de Deseo : Madrastra Fantasía!


La casa estaba envuelta en un silencio que solo el mediodía podía traer, con todos fuera, dejando solo el eco del agua cayendo en la bañera, un sonido que me atraía como una polilla a la luz. Mi madrastra, una visión de belleza que siempre me había parecido inalcanzable, estaba en el baño. La puerta estaba entreabierta, un error o tal vez una invitación no intencionada.

Me acerqué sigilosamente, mi corazón latía con fuerza, cada paso una mezcla de emoción y culpa. La vi, su cuerpo esbelto bañado por el agua, sus manos deslizándose por su piel, limpiando, explorando. Su coño, su ano, todo expuesto como una obra de arte prohibida.

No pude resistirme, mi mano se dirigió a mi entrepierna, tocándome a través de mis pantalones, el deseo se apoderaba de mí. Pero entonces, un ruido, el sonido de la puerta abriéndose completamente, revelándome. Ella se giró, sus ojos encontrando los míos, una mezcla de sorpresa y algo más… ¿Era deseo?

«Así que me espiabas, ¿verdad?», dijo, su voz suave pero con un filo de autoridad. No pude hablar, solo asentí, mi respiración entrecortada.

«Ven aquí,» ordenó, y obedientemente, me acerqué. El agua aún goteaba de su cuerpo mientras se levantaba, su desnudez frente a mí, un espectáculo que no podía apartar la vista. «Si quieres mirar, al menos hazlo bien,» susurró, y antes de que pudiera reaccionar, me empujó hacia el borde de la bañera.

«Desnúdate,» fue su siguiente orden, y con manos temblorosas, obedecí. Mi ropa cayó al suelo, mi erección evidente, testimonio de mi deseo. «Ahora, toca,» dijo, tomando mi mano y guiándola a su coño. La sensación de su humedad, la suavidad de su piel, todo era demasiado.

Ella abrió las piernas, invitándome a explorar más, a sentir cómo su cuerpo reaccionaba a mis caricias. Mis dedos encontraron su clítoris, lo rodearon, lo presionaron, mientras ella gemía suavemente, sus manos sobre mi espalda, guiándome, enseñándome.

«Y ahora, lama,» susurró, y me guió hacia su coño, invitándome a probarla. Mi lengua se sumergió en su sabor, explorando cada pliegue, cada rincón, mientras ella se apoyaba en la pared de la bañera, sus gemidos llenando el cuarto. Su cuerpo se arqueaba hacia mí, buscando más, siempre más.

La intimidad de ese momento se intensificó, el calor del agua y el de nuestros cuerpos se mezclaban, creando una atmósfera cargada de deseo. La invité a acercarse más, a que sintiera mi erección presionando contra su piel, un preludio de lo que vendría.

«Quiero sentirte dentro,» murmuró, su voz un susurro cargado de lujuria, y sin más palabras, la penetré. El calor de su coño me envolvió, cada movimiento era una ola de placer que nos llevaba más profundo en el éxtasis.

Nos movimos al ritmo del deseo, cada embestida más intensa, más profunda, hasta que el clímax nos alcanzó, un torbellino de sensaciones que nos dejó sin aliento, nuestros cuerpos temblando en un orgasmo compartido.


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