Diecisiete años de matrimonio con mi esposo, Antonio, habían llevado nuestra vida sexual a una monotonía que solo podía ser comparada con el silencio de una noche sin estrellas. Antonio, siempre con su mente abierta, había insinuado, no una, sino muchas veces, la idea de incluir a otro hombre en nuestra cama. Yo, Elena, siempre me había mostrado renuente, temiendo el desconocido y lo que podría significar para nuestra relación.
Pero una noche, algo cambió. Tal vez fue el tedio de lo cotidiano o simplemente el deseo de explorar lo prohibido, acepté su propuesta. Antonio, emocionado, preparó todo. Y así, una puerta se abrió no solo a nuestra habitación, sino a un mundo de sensaciones que nunca había imaginado.
El hombre que entró era imponente, su presencia llenaba el espacio con una energía que podía sentir palpitar en mi coño. «Este es Carlos,» dijo Antonio, su voz cargada de excitación y anticipación. Carlos, con su físico musculoso, miró con una sonrisa que prometía el cumplimiento de deseos ocultos.
La habitación se llenó de una tensión sexual que podía cortarse con un cuchillo. Antonio, sin perder tiempo, comenzó a besarme, sus manos ya explorando mi cuerpo con una urgencia nueva. Pero esta vez, Carlos se unió, su toque era diferente, audaz y directo. «Vamos a hacerte disfrutar como nunca,» susurró Carlos, mientras sus dedos encontraban mi coño, ya mojado de anticipación.
Me acostaron en la cama, mi ropa interior siendo retirada con una destreza que solo podía venir del deseo compartido. Carlos se posicionó detrás de mí, su polla dura presionando contra mi göt, preparándome para lo que vendría. Antonio, frente a mí, deslizó su miembro en mi coño, llenándome con una familiaridad que ahora se intensificaba con la presencia de otro.
El sexo comenzó con un ritmo que solo podía describirse como una danza de lujuria y abandono. Carlos empujó dentro de mí, su polla grande explorando mi göt con una precisión que me hizo gritar de placer. Antonio, sincronizado, penetraba mi coño, cada movimiento enviándome al borde del éxtasis.
La habitación se llenó de nuestros gemidos, mezclados con el sonido de la carne contra carne, el grup sex convirtiéndose en una sinfonía de deseo. «Te sientes tan bien, Elena,» dijo Carlos, su voz un susurro de placer mientras sus embestidas se volvían más profundas, más urgentes.
Antonio, viendo cómo me perdía en el placer, susurró, «Te amo,» mientras su polla se deslizaba dentro de mí con una intensidad que solo podía ser fruto de nuestro amor y de esta nueva experiencia. Mis orgasmos comenzaron a sucederse uno tras otro, perdí la cuenta, mi cuerpo se rendía a la ola de sensaciones, mi coño y mi göt siendo adorados de maneras que nunca había imaginado.
Cuando ambos hombres alcanzaron su clímax, sus semillas se derramaron sobre mí, y yo, en medio de la euforia, me encontré bebiendo su esencia, un acto de sumisión y placer que marcó un nuevo capítulo en nuestra vida sexual. Esa noche, en nuestro dormitorio, el miedo al desconocido se había transformado en un placer que ambos deseábamos explorar de nuevo, una y otra vez.
0 Comments