En una noche de desenfreno en un bar local, el ambiente estaba cargado de risas y música. Mis ojos se posaron en una joven, su belleza inigualable, su risa resonando sobre el sonido del bar. Decidí acercarme, con la intención de compartir esa alegría y tal vez más.
La noche avanzaba y la bebida fluía. Ella, sin la experiencia de un bebedor, pronto se encontraba ebria, su risa se tornó más libre, sus movimientos más desinhibidos. La invité a mi casa, prometiéndole una fiesta que no terminaría, y ella, en su estado, aceptó.
Al llegar a mi apartamento, la atmósfera cambió. La conduje al sofá, donde la besé, mis manos explorando su cuerpo joven. Pero al intentar ir más allá, al desabrochar sus pantalones y deslizar mi mano hacia su coño, me detuve. Sentí la resistencia, la inocencia en su cuerpo; era virgen.
«Espera,» susurré, mi deseo mezclado con preocupación. «¿Eres virgen?» Le pregunté, y ella, con timidez, me respondió que sí.
Decidí entonces que ese no sería el camino. «Vamos a explorar el placer de otra forma,» le dije, y la guie hacia mi habitación. Le expliqué que había otras formas de placer, y ella, aunque nerviosa, aceptó.
La desnudé con cuidado, besando cada parte de su piel, su cuerpo respondiendo con gemidos suaves. La puse de rodillas en la cama, su espalda arqueada, su ano expuesto. Le expliqué lo que iba a hacer, y ella, con una mezcla de miedo y curiosidad, me dio su consentimiento.
Usé lubricante, mis dedos explorando su ano con delicadeza, preparándola. Ella se estremeció al principio, pero pronto se relajó, disfrutando de la sensación. «Es bueno, ¿verdad?» Le susurré, y ella asintió, su cuerpo respondiendo con más entusiasmo.
Cuando estuvo lista, me coloqué detrás de ella, mi erección presionando suavemente contra su ano. Con cuidado, entré en ella, y al principio, fue un momento de ajuste, pero pronto, sus gemidos se convirtieron en placer. Nos movimos juntos, probando diferentes posiciones, cada una llevándola a nuevos picos de placer.
0 Comments