Había estado con mi novio, Juan, durante dos años, y nuestra relación había sido una mezcla de amor y pasión que parecía inagotable. Una tarde, nos encontramos en su apartamento, y el ambiente se cargó de inmediato con un deseo palpable. Comenzamos a besarnos en su cama, y en poco tiempo, me encontré perdida en el placer, mi coño húmedo y listo para él.
Juan, siempre con su toque de misterio, sacó una cuerda de debajo de la cama. «Vamos a probar algo diferente hoy,» susurró, y antes de que pudiera reaccionar, mis manos estaban atadas a los postes de la cama. Luego, vendó mis ojos, sumergiéndome en una oscuridad que intensificaba cada sensación. Creí que sería solo una nueva forma de juego entre nosotros.
Pero estaba equivocada.
El hombre que me tocó no era Juan. Las manos eran diferentes, más ásperas, y la forma en que exploraban mi cuerpo era con una urgencia que no reconocía. «Juan, ¿qué estás haciendo?» pregunté, pensando que era parte del juego, pero mi voz se perdió en un gemido cuando una polla, más grande y más dura de lo esperado, penetró mi coño.
«Es para pagar una deuda,» escuché a Juan decir en voz baja, y entonces la realidad me golpeó. Estaba siendo usada para saldar una deuda, pero el cuerpo, mi cuerpo, reaccionó a la situación con una mezcla de miedo y excitación que no podía controlar.
El desconocido, cuyo nombre nunca supe, me poseyó con una ferocidad que me llevó a un lugar oscuro de placer. Cada empuje de su polla en mi coño me enviaba ondas de éxtasis, mis gemidos llenaban la habitación, mezclándose con sus gruñidos de satisfacción. «Eres tan apretada,» dijo, y su comentario solo avivó mi deseo.
La situación era erótica, sí, pero también estaba teñida de la tensión de saber que estaba siendo parte de una transacción. Sin embargo, mi cuerpo se rindió al placer, alcanzando orgasmos uno tras otro, cada uno más intenso que el anterior. La sensación de ser tomada por alguien a quien no conocía, en una situación tan inesperada, despertó en mí un deseo que no sabía que tenía.
Cuando finalmente se retiró, mi cuerpo aún vibraba con el eco de la satisfacción. Juan se acercó, desatándome y retirando la venda. «Lo siento, amor, pero también te vi disfrutar,» dijo, su voz una mezcla de arrepentimiento y lujuria.
A pesar de la sorpresa inicial, la experiencia me había llevado a explorar límites que nunca había considerado. Mi coño y mi mente estaban en un estado de dicha, habiendo experimentado una intensidad de placer que solo el grup sex o el mierda inesperado podía ofrecer. En ese momento, comprendí que, a veces, el deseo puede conducirnos a lugares que ni siquiera imaginamos, y que el placer puede encontrarse incluso en la oscuridad de lo inesperado.
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