¡Organizé una fiesta de mamadas en el estacionamiento por la noche!


Desde hacía tiempo, cada vez que estacionaba mi coche en el parking, había notado a un grupo de hombres que siempre parecían estar allí, sus miradas cargadas de una curiosidad que me hacía estremecer. Yo, Laura, siempre había sido una amante del arte de la mamada, encontrando un placer especial en la sensación de un miembro en mi boca, y la idea de tener varios a mi disposición me llenaba de una anticipación palpable.

 

Una noche, mientras cerraba mi auto, sentí cómo me rodeaban. Su cercanía era intimidante, pero también excitante. Antes de que pudiera reaccionar, uno de ellos, con una voz suave pero autoritaria, dijo, «Esta noche, vas a disfrutar,» y sin más, una venda cubrió mis ojos, sumergiéndome en una oscuridad que solo aumentaba mi excitación.

 

El miedo y el deseo se mezclaron en mi interior, pero cuando sentí las primeras pollas en mis manos, mi miedo se transformó en una lujuria incontrolable. Mis dedos se cerraron alrededor de esos miembros calientes, gruesos, y venosos, anticipando el sabor, la textura. «Quiero probar cada uno de ustedes,» susurré, mi voz cargada de deseo.

 

Comenzó el sexo oral. Mis labios se deslizaban por una polla tras otra, cada una con su propio sabor, su propia dureza. Los gemidos de los hombres alrededor de mí eran música para mis oídos, cada uno una nota de aprobación por mis habilidades. Mis manos trabajaban sin descanso, acariciando, apretando, guiando cada polla hacia mi boca con una pericia que había perfeccionado a lo largo de los años.

 

El placer de sentir cómo cada uno de ellos reaccionaba a mis caricias orales era abrumador. «Eres increíble,» gruñó uno, mientras otro añadió, «Nunca he sentido algo así.» Mi coño estaba empapado, mi cuerpo respondía a la situación con una excitación que no podía contener.

 

La sensación de ser el centro de su deseo, de poder controlar su placer con solo mi boca y mis manos, era embriagadora. Los hombres no se contenían, algunos tomaban mi cabeza, guiando sus pollas más profundamente, otros se limitaban a disfrutar de la vista de mi entrega. Cada uno de ellos se vaciaba en mi boca, y yo, con una avidez que rara vez admitía, bebía de ellos, cada gota un testimonio de su satisfacción y de mi poder sobre ellos.

 

Cuando la última polla se retiró, mis labios aún hormigueaban con la sensación, mi mente flotando en una nube de éxtasis post-orgasmo. Me quitaron la venda, y me encontré rodeada de rostros satisfechos, sus respiraciones aún pesadas por el placer que les había proporcionado.

Esa noche, en el estacionamiento, no solo había saciado mi deseo por el grup sex y el sexo oral, sino que también había explorado una nueva dimensión de mi sexualidad, una donde el control y la entrega se encontraban en un delicioso equilibrio.

Like it? Share with your friends!

0

0 Comments

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *