Tenía 23 años, con el pelo rojo y un cuerpo curvilíneo que atraía las miradas. Mis problemas económicos se habían acumulado hasta el punto en que no había podido pagar el alquiler durante tres meses. Necesitaba hacer algo, cualquier cosa.
Mi casero, un hombre mayor con una mirada que siempre me recorría de arriba abajo, vino a mi apartamento acompañado de un amigo, también anciano. Me senté junto a ellos, vistiendo una minifalda y una blusa sin mangas, consciente de cómo sus ojos parecían desnudarme. Decidí jugar con la situación, abriendo mis piernas sutilmente, como si no fuera consciente de la provocación.
Ellos aprovecharon la oportunidad. El dinero comenzó a caer sobre mí, billetes que aterrizaban en mis muslos, en el suelo, una lluvia de billetes que prometía solventar mis problemas financieros. Me incliné, recogiendo el dinero, sintiendo sus miradas como si fueran caricias invisibles sobre mi piel.
«Voy a daros una noche que no olvidaréis,» dije con una sonrisa, mientras me acercaba al primero de ellos, desabotonando su pantalón. Su polla, aunque flácida al principio, respondió a mis caricias con una rapidez que me sorprendió. Hice lo mismo con el otro, y pronto tenía dos miembros en mis manos, despertándolos con mis dedos y mis labios.
El sexo comenzó con una voracidad que desmentía sus años. Mis labios se movían de una polla a otra, mi lengua explorando cada centímetro, cada vena, cada sabor. «Eres una maravilla,» murmuró uno, su voz ronca de deseo, mientras el otro simplemente gemía su aprobación.
Decidí llevar la situación al siguiente nivel. «Quiero sentiros dentro de mí,» dije, y me posicioné de manera que uno pudiera penetrar mi coño mientras el otro exploraba mi göt. La sensación de ser llenada así, por ambos, era una mezcla de dolor y placer que me llevó a un estado de éxtasis que no había conocido antes.
El grup sex con estos dos hombres mayores se convirtió en una sinfonía de gemidos y susurros de placer. Cada empuje, cada caricia, cada beso, era un pago más a mi deuda, pero también un descubrimiento de mi propia lujuria. Mi cuerpo respondía a sus toques con una intensidad que me sorprendió, mis orgasmos se sucedían, cada uno más fuerte que el anterior.
Cuando finalmente se retiraron, satisfecha y saciada, me quedé allí, mi cuerpo aún vibrando con la sensación de haber sido completamente tomada. Miré el dinero esparcido por el suelo, y luego a ellos, sus rostros marcados tanto por el placer como por la satisfacción de haber vivido una experiencia erótica que probablemente no habían esperado encontrar a su edad.
«Creo que he encontrado la manera de pagar mi alquiler de ahora en adelante,» dije, con una sonrisa cómplice. Esa noche no solo resolví mi problema financiero, sino que también descubrí un placer nuevo y completamente inesperado en los brazos de dos hombres que, a pesar de su edad, me habían mostrado que la pasión no conoce barreras de tiempo.
0 Comments